Por Freddy J. Melo*
Nuestra
revolución bolivariana asienta sobre el sólido fundamento de la
democracia participativa y protagónica su perspectiva de triunfo en el
proceso nacional-liberador y socialista. Sólido para enfrentar al
poderoso enemigo, en cuya panoplia no son las menos peligrosas las armas
de la insidia, jugadas en lo interno, algunas quizá sin plena
conciencia de culpa. Burocratismo, corrupción, reformismo, quinta
columnismo. Me referiré a la tercera.
En el curso del desarrollo
del capitalismo el gran problema de la burguesía y sus adláteres es el
de no poder salirse del ámbito de la mentira, pues hasta cuando manejan
verdades ellas van inevitablemente inscritas en un espacio mayor de
falsedad.
Se trata de una condición de hierro presente en la
historia desde la división de la sociedad en clases, obligados los
sectores dominantes a tejer leyendas justificativas de los privilegios
creados a partir del despojo de las mayorías, y a construir modos de
pensar y actuar que a través de mil efectos mediatizadores pasan a ser
de corriente o general aceptación, pero sin poder evitar que ojos
zahoríes los descubran, denuncien y forjen las materias primas
conceptuales, cada vez más perspicaces, de las luchas liberadoras.
En
el terreno de la política las clases dominantes han mentido a placer,
tramando “constructos” ideológicos y organizativos destinados a conjurar
los sueños de justicia de los explotados, mas no han podido detener las
revoluciones cuando ellas han sido amasadas por los pueblos. Dentro de
esos “constructos” revisten especial importancia los dirigidos a mellar
el filo revolucionario del socialismo científico fundado por Marx y
Engels, coincidiendo en el cambio de la idea de “revolución” por la de
“reforma” y el batido de ambas hasta volverlas confusas y antitéticas.
Desde
luego, como he dicho en otro escrito, las reformas para cambios
sociales sustantivos son revolucionarias y nada tienen de “reformismo”.
Las reformas son “reformistas”, valga la expresión, cuando apuntan a
sostener el orden de explotación existente, mediante modificaciones
cosméticas o “gatopardianas”, que no tocan los aspectos o problemas
esenciales. Frente a las tesis marxistas, el reformismo surgió en
calidad de “interpretación” o de “revisión”, manteniendo como objetivo
declarado el socialismo, pero sin dar un paso positivo, cierto, hacia la
superación del capitalismo.
Ir al socialismo mediante la
“extensión de los derechos civiles” y el “sufragio universal”, lo cual
establecería una mayoría de trabajadores que “obligaría” a los cambios,
“hasta llegar a la sociedad de iguales”; o bien combinando la acción
legislativa con las luchas sindicales y la democracia formal; o
lográndolo a través de la “democracia pura”, la conquista parlamentaria
del Estado y el “convencimiento de la burguesía”; o mediante reformas
que producirían “la evolución gradual de la sociedad”: planteamientos
como esos, que en ciertas condiciones hubieren podido representar retos
efectivos al capital, no fueron, de manos de quienes en la segunda mitad
del siglo XIX fundaron el reformismo y el revisionismo –los alemanes
Fernando Lasalle y Eduardo Bernstein, el austríaco Carlos Kautsky, los
ingleses Sidney y Beatriz Webb, entre otros–, sino un modo de frenar las
transformaciones revolucionarias, salvar a sus capitalismos nacionales,
participar en sus guerras inter imperialistas y dividir y desorganizar a
“sus” clases obreras.
De allí devino un proceso crecientemente
degenerativo de la socialdemocracia. Un curso similar seguiría el
llamado socialcristianismo. Tales propuestas buscaban y buscan en
realidad llevar a la mente de los explotados la idea de que se puede
“resolver el problema social” dentro del capitalismo, acicalando aquí y
allá, tratando de hacer más atractiva la faz del sistema. Son los
denominados “socialismos hermoseadores”.
Los cuales, bien
mirados, constituyen un homenaje asustado de la burguesía, de sus
intelectuales y teóricos propios y pequeñoburgueses agregados, al
poderío de ese concepto; un reconocimiento a la pertinencia de las ideas
de cooperación y ayuda mutua, solidaridad, amor, igualdad, justicia,
soberanía popular real, democracia en profundidad, libertad sin
necesidad, construcción de una sociedad sin explotadores ni explotados,
etcétera; un intento de adueñarse de la capacidad de esperanza y sueño
que el socialismo representa para las masas desposeídas; una pieza más
de la gigantesca organización de la mentira con que el sistema
capitalista, en todas sus expresiones, ha venido gobernando al mundo.
*Poeta y escritor bolivariano
Imagen agregada, tomada de comunistasdeextremadura.net
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